Bien está lo que bien acaba
Esta comedia en cinco actos en verso y prosa, traducida también como A buen fin no hay mal principio, fue escrita probablemente hacia 1602-1603. Según otros, que tienen en cuenta las desigualdades del texto, tuvo una primera redacción durante la juventud de Shakespeare, en el período 1590-1594 y, una decena de años después, fue rehecha por el mismo autor con la ayuda de un colaborador. Se publicó en el infolio del 1623.
No se tiene noticia de que haya sido representada antes del mes de marzo de 1714, en una época de vuelta al fervor por las comedias de Shakespeare, ni que tuviera fortuna en la escena. La trama está sacada de la novena historieta de la tercera jornada del Decamerón de Giovanni Boccaccio, traducida en el Palacio del placer de William Painter (I. 38). Es la conocida historia de Giletta de Narbona que cura al rey de Francia de una fístula y pide por marido a Beltrán del Rosellón.
Beltrán, joven conde del Rosellón, es llamado tras la muerte de su padre a la Corte del rey de Francia, y deja en el castillo heredado a su madre y a Elena, hija del famoso médico Gerardo de Narbona, que ha sido educada a expensas del viejo conde. El rey de Francia (Carlos V, nombre que no se cita en el drama de Shakespeare) está enfermo de una fístula incurable. Elena, que está enamorada de Beltrán y le ama, concibe el atrevido plan de trasladarse a París e intentar la curación del rey por medio de una receta que le dejó su padre. La madre de Beltrán, que ha descubierto el amor de Elena por su hijo, secunda su proyecto.
La curación sale bien y Elena obtiene como recompensa del rey el poder escoger un marido entre los gentilhombres de la Corte; así deja recaer su elección en Beltrán, que, aunque irritado por tener que casarse con una mujer de rango inferior, es apremiado a obedecer la orden del rey. Pero, instigado en parte por el fanfarrón Parolles, Beltrán se alista inmediatamente al servicio del duque de Florencia en la guerra contra Siena, y escribe a Elena que no piense en considerarle su marido mientras no haya obtenido el anillo que lleva en su dedo, y del que no tiene intención de desprenderse jamás, y hasta que no tenga un hijo de él, aunque no tiene ninguna intención de compartir su lecho.
Elena, vestida de peregrina, se dirige a Florencia, y encuentra que Beltrán está enamorado de Diana, hija de la hospedera de peregrinos. Diana, sin embargo, rehúsa sus proposiciones. Elena se da a conocer a la joven y a su madre como la esposa de Beltrán, y obtiene, prometiendo a Diana una dote, que ella finja aceptar un convenio del enamorado a condición de que le entregue el anillo; luego, cuando tenga que verificarse la cita, Elena sustituirá a Diana.
Poco tiempo después, difundida la falsa noticia de la muerte de Elena, y habiendo terminado la campaña en la que se ha distinguido extraordinariamente, Beltrán vuelve al Rosellón. Entretanto su amigo Parolles ha sido desenmascarado como abyecto y cobarde traidor. En el castillo del Rosellón se encuentra el rey, que viendo en el dedo de Beltrán el anillo que él mismo había dado a Elena, y del que ella no debía separarse más que para enviárselo en demanda de auxilio en caso de gran necesidad, sospecha que Beltrán ha hecho desaparecer a su mujer. Diana se presenta con una súplica, acusando a Beltrán de haberla seducido y diciendo que se ha visto obligada a entregar a Beltrán el anillo. El enigma se resuelve finalmente con la aparición de Elena, quien, mostrando a Beltrán el otro anillo que él había creído dar a Diana, y habiendo quedado encinta de él, es finalmente recibida como esposa del marido arrepentido y perdonado por el rey.
No se puede decir que el bien trazado cuento de Boccaccio salga mejorado en la dramatización shakesperiana; quizás para ofrecer un papel brillante a un actor cómico, Shakespeare ha introducido los episodios relativos a Parolles, que probablemente pusieron a flote el drama con perjuicio de la trama principal. Sin embargo aquellos episodios son parte esencial de la atmósfera del drama, del mismo modo que el lenguaje de burdel y las venenosas maledicencias de Lucio son partes inseparables de Medida por medida, la amarga comedia que tiene estrechísima afinidad con Bien está lo que bien acaba.
Elena tiene un poco de Isabel (especialmente en sus discursos para persuadir al rey de la eficacia de la curación) y un poco de Mariana de Medida por medida. El desenlace en el último acto procede por estadios bastante afines en ambos dramas, y la semejanza de estilo, de diálogo, de general colorido pesimista, invitan a sostener que Bien está lo que bien acaba es una obra gemela de Medida por medida, pero no tan vital. De los dos personajes principales, Elena nos puede parecer ambigua, y Beltrán odioso; más nobles son el rey y la condesa, pero secundarios; el bufón Lavache es flojo, y sólo Parolles puede movernos a risa, pero como en una amarga farsa, sin la humana simpatía que suscita en nosotros un fanfarrón como Falstaff.
Pero sobre todo no nos dice el drama de qué modo Elena, aborrecida por Beltrán, logra al fin hacerse amar: conclusión, esta última, que debería verificarse si verdaderamente todo "debe terminar bien". La deficiencia de la justificación psicológica queda suplida por lo prodigioso del caso, por el hábil expediente con que Elena llega a cumplir las dos condiciones puestas por Beltrán, aunque este expediente opera de modo excesivamente mecánico para producir convicciones. Tampoco se ve en qué puede Beltrán ser un marido deseable, a no ser por su recia posición social.
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